¿Deben los niños estar quietos y sentados para leer?
Decían los viejos adagios, que al leer se debía estar en silencio y bien sentado…
Las bibliotecas eran sitios de silencio absoluto, donde solo se debía escuchar el roce del papel al pasar las hojas. Por los pasillos circulaba una mujer de moña canosa llamando la atención a quienes se atrevían a levantar la voz.
Hoy en día eso ha cambiado bastante. Las bibliotecas han dejado de ser los recintos del silencio. Ahora, los espacios de lectura hasta se ambientan con música y los niños no se quedan quietos ni cuando leen. Pero ¿Qué tan bueno es eso? ¿Se necesita del silencio para comprender la lectura? ¿Deben los niños permanecer quietos ante un libro?
Lo primero es aclarar que leer en silencio no garantiza la comprensión. La realidad muestra exactamente lo contrario. Al leer, las palabras y las ideas entran y fluyen por la mente, pero pueden salir tan rápido que ni siquiera dejaron rastro. La mejor manera de garantizar que las palabras se queden en el interior es si se piensa sobre ellas y aún más cuando se verbalizan estos pensamientos.
Hay que rumear y masticar las palabras para que ellas digan algo. Para eso, es necesario hablar sobre lo que se lee. Quizás por esa razón es que al terminar de ver una película o leer un buen libro, se siente la necesidad de compartir con alguien las impresiones, las risas y, en ocasiones, hasta las lágrimas.
Igual sucede con la lectura infantil, cuando el libro dice algo es porque las imágenes han tocado a los niños y las palabras del texto han dejado de ser algo distinto a señales de tinta negra impresa sobre el papel.
Es natural que ellos quieran hacer los sonidos de los animales de la historia, galopar y mover los pies como sucedía en el libro
Los niños, más que nadie, necesitan poder compartir lo que han escuchado o visto. Es natural que ellos quieran hacer los sonidos de los animales de la historia, galopar y mover los pies como sucedía en el libro, pasar su pequeña mano por las ilustraciones y nombrar lo que ven y conocen.
Para lograr esto existen estrategias que ayudan a que los movimientos y pensamientos se mantengan en el libro y no lejos de él.
La estrategia de las dos voces: la voz que lee y la voz que piensa
Se puede enseñar a los niños, desde muy chiquitos, que leer y pensar o hablar sobre lo que se lee, son dos cosas distintas. Es posible tener una voz silenciosa que lee o escucha, que está atenta y mira las ilustraciones con detenimiento y una voz más externa que verbaliza lo que acaba de movilizarse adentro.
Comparar con la lectura en comic es una buena manera de entender esto: la voz que escucha es la que tiene el círculo en forma de nube y está unida al personaje con bolitas pequeñas; la voz que habla es la de la viñeta en punta. Y un personaje puede estar haciendo las dos cosas al mismo tiempo.
Es bueno que los niños aprendan a relacionar y a extrapolar aquello que leen con lo que conocen, con lo que les ha pasado, visto u oído.
Por ejemplo, un niño comprenderá mucho más un libro sobre animales de la granja, si se le recuerda que en el último paseo a la finca o al campo vio cruzar unos patos hacia el lago o escuchó mugir a la vaca.
Con esas conexiones, la historia adquiere un tono más real y las palabras y las ideas se quedan un poco más tiempo en la mente. Y claro, más adelante, se puede conectar un libro con otro, un aprendizaje con otro y un saber con otro.
La estrategia de escuchar con todo el cuerpo
No es necesario quedarse quieto para entender un cuento, como tampoco es necesario que la escucha sea acústica. Se puede escuchar un cuento solo mirando sus imágenes, sin necesidad de acompañar la representación con palabras o texto.
Se puede oír un cuento balanceando a un niño al ritmo de una mecedora. Jugando con las manos, galopando sobre las piernas del abuelo o columpiándose sobre el regazo de mamá.
De hecho, todas esas formas crean un vínculo más fuerte con el libro. No hay bebé que no pida “otra vez” o “más” después de ese tipo de lectura. Inclusive los niños gateadores son capaces de escuchar un cuento mientras se desplazan de un lado a otro. Obligarlos a quedarse quietos, amarrados con el libro, hará que quieran salir volando cuando haya silencio.
Todos los niños son distintos. Pretender unificar sus comportamientos y juzgar a aquellos que no caben en el formato “correcto” es un error de crianza.
Mientras algunos niños pueden quedarse quietos y escuchar en silencio, otros necesitarán de distintas estrategias para gozarse los libros.
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