Ser mamá trabajadora sin morir en el intento

Recuerdo la imagen de mi mamá cuando salía a trabajar en las mañanas. Yo la veía hermosa, con sus faldas entubadas, tacones, maquillada y radiante…

Admiraba su elegancia y la facilidad con la que solucionaba todo: en las mañanas trabajaba, en la tarde organizaba la casa, nos ayudaba con las tareas y planeaba las clases para sus alumnos. En la noche preparaba la comida, limpiaba la cocina y jugábamos.

Yo, la segunda de tres hijos no alcanzaba a entender que mi mamá también era mujer y profesional. Por eso a veces, solo a veces y siempre en silencio, le reprochaba que la mitad de su día la dedicara a su labor de profesora. Invirtiendo tiempo y energía en los hijos de otros.

A pesar de esos lapsus de niña mimada, para mí era magia todo lo que ella lograba hacer en un día. En medio del peso de la separación, la soledad y las dificultades económicas siempre había amor en sus ojos.

Hoy la de tacones y faldas entubadas soy yo (aunque últimamente me llevo mejor con los tenis y las baletas). A mis 33 años puedo decir que he hecho con mi carrera y mi vida todo cuánto he querido. viajar por el mundo, cubrir grandes momentos de la actualidad colombiana, dirigir una representativa emisora nacional y ahora, ser la jefe de prensa de uno de los candidatos a la Presidencia de la República.

En medio de tanto, no tuve espacio para vislumbrar toda la luz que un hijo trae consigo. Quizá por eso repetí hasta el cansancio que no quería ser mamá, pues mi prioridad era el crecimiento profesional (como si lo uno excluyera lo otro).

Pero llegó Alejandro, así se llama mi milagro y gracias a él, desde hace 15 meses me despierto todos los días preguntándome sagradamente qué acción cotidiana ejecutar para ser un mejor ser humano. ¿No es un milagro que alguien con su sola presencia pueda regalar tanta conciencia y gratitud en un mundo lleno de noticias tristes y acciones egoístas?

cuando me despido de él siento el mismo vacío que sentí el día que me reintegré a mi trabajo después de la licencia de maternidad

Cada mañana, cuando me despido de él siento el mismo vacío que sentí el día que me reintegré a mi trabajo después de la licencia de maternidad.  Muchas veces me he planteado la posibilidad de renunciar y regalarnos un año sabático.

De hecho, siento algo de envidia cuando veo mujeres que, en una decisión valiente, planeada y desinteresada, ponen en pausa sus vidas laborales para ser mamás 100%. Me pongo triste en ocasiones porque la niñera pasa más tiempo con él que yo, incluso siento celos.

En medio de ese mar de dudas, deseos y miedos, aparece mi mamá y el recuerdo de sus tacones y sus faldas. Ahora entiendo el cansancio en sus ojos, sus ojeras, sus sonrisas tristes, sus frustraciones, sus silencios. Y, con su ejemplo, también entiendo que sí es posible ser mamá y profesional a la vez.

Por duro que haya sido el día, llegar a casa y abrazarlo es sanador. Su energía limpia y su emoción al verme me reconstruye. Me recuerda que sí puedo y que mi trabajo fuera de casa es tan válido como el de la mamá que ha elegido acompañar a su hijo minuto a minuto.

 

Si me preguntan la edad de Alejo en meses, me toca hacer cuentas de cuánto ha pasado desde su cumpleaños y calcular -mucho trámite para mi gusto-. Entonces prefiero decir, a secas, que tiene año y medio (así le falten algunos meses para cumplirlos).

Reconozco que a veces se me pasan por un par de semanas las vacunas. Que he tenido jornadas de hasta diez horas de trabajo en las que no pregunto por él porque sencillamente el trabajo no me da espacio. Los fines de semana elijo jugar o dormir con él en lugar de ordenar su ropa.  Seguramente seré la mamá que siempre llega tarde a sus presentaciones del colegio (porque, aunque me esfuerce, siempre llego tarde a todas partes).

Claramente estoy a kilómetros luz de ser una mamá de portada de revista. Al principio fue frustrante ver que no lograba ajustarme siendo mamá, profesional y mujer. Sacar tiempo para arreglarme, mantener la casa como espejo, hacer ejercicio, sacar los perros al parque e ir a cine sin quedarme dormida, era un reto.

Durante varios meses sentí que algo estaba haciendo mal. Pero, viendo la calma con la que mi hijo disfruta y entiende sus juguetes, he comprendido que yo también estoy en los días del tiempo paciente.

Ser consiente de mis debilidades ha sido una aceptación generosa conmigo y con los cambios arrasadores e inesperados que trae la maternidad. Entender que mi lista de prioridades la defino yo con las herramientas de mi entorno y no, con los estereotipos dañinos que arman las redes sociales.

Reconocer que por ser mamá no estoy obligada a saberlo todo y que, al igual que mi niño cuando aprendió a caminar, es necesario caerme y levantarme para lograr pasos firmes. Admitir que hago lo que puedo con lo mejor que tengo me ha dado como resultado: menos frustración.

Esto más que una tesis de mi experiencia personal es un homenaje a todas las mujeres que, como yo, se enfrentan a un mercado laboral que no está pensado para apoyar a mamás trabajadoras.

Vivimos en una sociedad que desestima el papel de la mujer y la sobrecarga obligándola, en muchas ocasiones, a elegir entre su yo profesional y su yo mamá. En un país que se dice amigo y promotor de la lactancia materna exclusiva, pero está lleno de empresas sin espacios privados higiénicos para amamantar. Convivimos con jefes que aún consideran la maternidad como sinónimo de baja productividad.

Es un tributo a esa decisión valiente de entaconarse para salir a trabajar en medio de juguetes regados, mientras el niño se pega a nuestras piernas llorando, pidiendo con la mirada que no nos alejemos.

Soy mamá trabajadora, despistada, desordenada y con un montón de cuestionamientos emocionales que con frecuencia me hacen sentir, como dirían en mi tierra, más perdida que la mamá del Chavo.

La muy buena noticia es que ya no me importa. Puedo perderme y entrar cada día en la dinámica de desaprender – reaprender sin problema. Finalmente tengo al mejor maestro posible: un niño lleno de luz. Que llegó para enseñarme que la vida es solo el tiempo que tenemos para contemplar, ser y acompañar.

 


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