Familias migrantes: cómo es construir una nueva vida en otro país

 Por Natalia Delgado Castillo * @natadc83

 

1° de enero en El Dorado.  Una despedida familiar más, una más de las tantas que tuve en los últimos doce años desde que me fui de Colombia y me instalé en Buenos Aires (Argentina). Sin embargo, no era una despedida de las habituales, en las que normalmente con muchas lágrimas en los ojos y llanto entrecortado me despedía de las vacaciones junto a mi familia.   Esta vez no solo estaba acompañada de mi esposo, sino que estaba con mi hija de 14 meses. Estuvimos en Colombia cerca de 3 semanas y esta era la despedida  de la que fue una visita para que varios de mis familiares conocieran a mi hija por primera vez desde que nació; también para recargar fuerzas y afectos, y por qué no, para nosotros como pareja fue una oportunidad para descansar y contar con manos extras que cuando tienes hijos, sabes que nunca están de más.

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"Para criar un niño hace falta una tribu entera"

Esa frase la empecé a leer y escuchar mucho una vez que ya estaba metida de cabeza en todo este tema de la maternidad. Sin embargo antes de conocer este proverbio africano, cuando aún mi hija ni siquiera era un proyecto, me era imposible imaginarme ser mamá sin la red de contención con la que nos criamos mi hermana y yo en Bogotá. Es decir, aparte de nuestra madre, tuvimos el lujo, y es así, hoy lo veo como un lujo, de contar con tías, tíos, abuelas, primos que enriquecieron nuestro entorno durante nuestra infancia, permitiendo que mi mamá pudiera salir a trabajar y desarrollarse profesionalmente lo que a la larga redundó en que nosotras tuviéramos mejores oportunidades.

A pesar de no lograr imaginarme vivir la maternidad sin esa red de contención de mi familia, y dicho sea de paso de la familia de mi esposo tampoco porque él también es extranjero y tiene a su familia en Uruguay, el tiempo pasó y conocí casos de amigas y conocidas locales cuyas familias estaban en otras ciudades y que se enfrentaban a la misma realidad: parejas de profesionales con trabajos de tiempo completo viviendo solas en la capital, con su familiares más cercanos viviendo lejos, con chiquitos que van a la guardería o tienen niñera.

Haber conocido esos casos de primera mano me ayudó a desmitificar el tema y convencerme de que podíamos maternar y paternar siendo extranjeros, seguir trabajando y en lo posible, continuar con nuestra cotidianidad. En todo caso, no seríamos ni los primeros ni los últimos en hacerlo.

Ya pasaron 15 meses desde que nos convertimos en papás de una nena que por supuesto, vino a transformarnos la vida, ajustarnos las rutinas y las prioridades; también la forma como abordamos y pensamos el presente y el futuro, y por supuesto también vino a redefinir, afianzar y repensar ciertos vínculos con nuestro entorno. Comparto a continuación algunas de las reflexiones de lo que hemos aprendido y descubierto en este camino como padres que por elección, nos expatriamos. Expatriarse es de por sí una de las cosas más enriquecedoras pero más difíciles que hay, y sabemos que en los tiempos actuales, para muchos ni siquiera es una elección propia, sino una consecuencia de contextos socioeconómicos complejos que se viven. Para aquellos que tienen planificado vivir afuera o quienes ya están viviendo en el exterior y se encuentran meditando si van a poder criar un bebé sin tener su familia cerca o para quienes ya atravesaron esta experiencia, ojalá se sientan reflejados y les sirva algunas de estas reflexiones.

 

1. Del duelo a la aceptación

Lanzarse a la aventura de la mapaternidad en el extranjero implica aceptar desde muy temprano que esa tribu con la que te criaste no va a poder ser, o al menos no va a estar presente de la misma forma para tu hij@.

Aceptarlo significa más que nada, descubrirlo a veces con tristeza, a veces con enojo, a veces con resignación. A medida que pasa el tiempo se van presentando más oportunidades donde reflexionas sobre el valor de tener una red de contención familiar cercana que te hubieran facilitado la vida en todas esas ocasiones, especialmente durante los primeros meses uno está más desbordado, donde nos estábamos acomodando al rol de padres, y un par o unos cuantos pares de manos extras nos hubieran venido muy bien. A pesar que en mi caso tuve la suerte de contar con mi mamá durante las primeras semanas después del nacimiento de mi bebé y  por lo cual estaré agradecida toda la vida, una vez se fue, no fueron pocas las ocasiones que añoramos con mi esposo tener su compañía o la de algún familiar cercano todas las veces que necesité darme una ducha larga y profunda después de haber pasado días en pijama o cuando necesité ir a una cita médica, o sencillamente salir a tomar un café o tener 30 minutos para ir a probar alguna prenda nueva porque mi cuerpo y alma posparto me pedían prestarle un rato de atención. Todas estas cosas fueron posibles, no digo que no, con el apoyo de mi marido, sólo que para que ocurrieran requirieron de mucha coordinación y suerte a la vez, como por ejemplo, para que mi bebé de pocos meses se quedara tranquila o dormida en los momentos justos para que pudiera escaparme un rato sin tanta culpa para tener algo de ese tiempo personal tan escaso y añorado.

Aceptar en ese sentido, también es atravesar un duelo. Es duelar esa tribu que quiso y no pudo o no quiso ser. En mi caso de los abuelos que a la distancia se lamentan por no poder estar presentes mientras se daban hitos del desarrollo de mi bebé: no haberlos visto rolar, gatear, decir sus primeras palabras, etc. También es un duelo por el vínculo de aquellos familiares y amigos de quienes uno tenía la expectativa de tener mayor apoyo logístico, presencia física o emocional después del nacimiento del bebé, y finalmente no sucedió.

También es aceptar que se pasarán muchos cumpleaños, celebraciones y momentos cotidianos que miembros de tu familia no tendrán junto a tu hijo y de las que tu hija no podrá guardar el recuerdo.

 

2. La pareja "challenge"

Posiblemente una de las complejidades que trae mapartenar en el extranjero, y tal vez lo digo porque es una de las dificultades logísticas que más se nos están haciendo evidentes ahora, es poder reservar tiempo para estar en pareja, a solas. Bien sea para ir al cine, ir a cenar, tomar o un café o darnos una charla que no gire principalmente alrededor de los hijos, de lo que hay que hacer, de lo que falta comprar, etc. Tiempo de intimidad que hoy se logra, escasamente pero se logra, con voluntad, coordinación y con el apoyo de terceros. En nuestro caso es la niñera, más adelante será con apoyo del jardín o guardería. Esto es común a la mayoría de parejas que recientemente fueron padres, vivan o no en el extranjero, pero cuando estás viviendo afuera, sabes que son muy escasas las posibilidades de lograr tiempo a solas de calidad, con lo cual cada espacio que logras bien sea pagando horas extras a la niñera o con un amigo cercano que se quede con tu bebé un rato mientras vas al supermercado, es oro y a la vez imprime la presión a la pareja de “mejor aprovecharlo bien” porque no sabemos cuándo volveremos a tener una oportunidad así.

Las que hemos pasado por eso sabemos que después está el gran desafío de lograr “conectar” con el otro de nuevo durante esa escapada, en esos escasos minutos tratar de que todo fluya como solía fluir, y procurar que no se vuelva un charla monotemática o en el peor de los casos, un espacio donde se termine reclamando cosas que durante el tiempo en casa con la atención casi 100% puesta en el bebé, de pronto no se llegaron a discutir.

 

 

3. Valorar y disfrutar el vínculo

Aquí es donde seguramente más se extrañen almuerzos y reuniones familiares de fines de semana, donde con mi pareja a veces añoramos la posibilidad de contar con manos extras que al menos por unas horas puedan dedicarse con cariño a nuestra hija y entretenerla mientras nosotros podemos disfrutar estar solos un rato, salir a caminar de la mano o comer al tiempo y no por turnos.

Por eso es que tal vez estas últimas vacaciones fueron tan reconfortantes. Poder escaparnos un rato a un centro comercial mientras mi hija se queda junto a mi hermana. Poder ver un capítulo de una serie sin interrupciones mientras la bendición esculcaba cajones en la habitación de mi mamá (con beneplácito obviamente) no tener que pensar en qué vamos a comer porque ya nos lo tenían resuelto, o salir a comer afuera confiando en que la abuela seguro llevaba en un tupper para darle a nuestra hija y poder comer con mediana tranquilidad, y no desbordados y a las apuradas como cuando salimos a comer los tres solos en el país donde residimos.

Sin duda, cada vez que vuelvo a mi país es una oportunidad de volver a ser hija; de disfrutar las comodidades de la casa materna y que mi hija sin duda también puede disfrutar ver y recorrer caras y espacios físicos diferentes.

 

4. Armarse su propia tribu

Si bien está esa primera etapa donde hay que aceptar que la tribu o esa red familiar de apoyo no va a estar presente o al menos de la forma como uno lo esperaba, una de las cosas más lindas que me trajo la maternidad fue la oportunidad de crear mi propia tribu.

A los pocos meses de nacida mi hija tuve la suerte de coincidir en un grupo de “rondas de madres” quienes nos empezamos a juntar, todas con bebés de más o menos de las mismas edades y fue un espacio clave para compartir lo que como mamás primerizas estábamos atravesando: ciclos de sueño trastornados, agotamiento, recuperación física del parto o cesárea, complicaciones y dolores de la lactancia que no sabíamos que siquiera pudieran existir, superar alergias, cólicos y regresiones del sueño, a la vez de compartir miedos, angustias y la responsabilidad de mantener con vida seres tan pequeños, a la vez tan indefensos, a la vez tan resistentes, a la vez tan indescifrables y tener que aceptar la idea que nuestros cuerpos no eran ya más nuestros por un tiempo y pasaban a ser propiedad y soporte vital de estos chiquitos.

Gracias a esta tribu, los encuentros periódicos y un grupo muy activo de whatsapp es que logramos verbalizar tantas cosas que durante el puerperio nos ocurrieron y nos siguen ocurriendo, unas más locas que otras, lidiar con los pensamientos obsesivos sobre gérmenes, darnos apoyo moral a la hora de volver al trabajo, comentar las crisis de pareja propias de esta etapa, compartir información útil, tips para arrancar la alimentación complementaria, animar a la que no se animaba a darle a su bebé alimentos sólidos, apoyar a la que tuvo que lidiar con bebés con despertares frecuentes o que se niegan a dormir la siesta y un sinfín de temáticas que si hubiera tenido que afrontarlas en solitario, no habría sido lo mismo.

Este tipo de grupos, a pesar de ser conformados por personas con otro bagaje cultural e incluso que hablan otro idioma para aquellos que migraron a otros continentes, son claves para integrarse y comprender muchos aspectos de la maternidad que son transversales a cualquier cultura y también poder observar las particularidades de cada país al respecto. Sin duda, armarse una tribu también significa descubrir que cada una de nosotras atraviesa situaciones similares y a la vez cada uno vive una maternidad muy única.

Por último, quiero destacar que para hacer tribu, no necesariamente se requiere la presencia física, sino que a través de herramientas digitales como redes sociales, también es posible reunir gente que así sea desde la virtualidad logran apoyarse entre sí. Este es el caso de #Geekmoms, grupo al que conocí por una amiga argentina que vive en Colombia, madre de dos chiquitos y quien me sumó a este grupo y me hizo sentir cercanía con mi país en el contexto de un grupo de mujeres con muchas preguntas y con la necesidad de compartir, acompañar(se) y maternar en tribu, así fuera desde una plataforma digital.

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A diferencia de otras despedidas, esta se tornó extraña. Mi mamá estaba notablemente triste hacía días, como aguantándose las ganas de llorar de manera constante. Después del check-in, mi bebita empezó a llorar sin ninguna razón, mientras la apoyaba en el piso mientras acomodaba un bolso. Comprendí entonces que mi hija, incluso siendo tan pequeña y de no entender realmente dónde estábamos ni para qué, estaba captando toda la energía triste de la situación, todo lo que no se decía pero que flotaba en el ambiente melancólico propia de la despedida y lo estaba expresando con su llanto. La aparté del grupo, tardé un rato en tranquilizarla y decidí que cuando fuera el momento de despedirme de mi familia colombiana antes de entrar a migraciones, tenía que ser una despedida rápida y lo menos dramática posible. En ese momento ella necesitaba mi paz, porque yo era su paz. Fue un instante que me ayudó a comprender que habían acabado las vacaciones, y yo, dejaba nuevamente de ser hija (o al menos comportarme como tal) para ser madre.


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