¿Serán las matemáticas más importantes que la lengua?

¿Por qué será que los padres de hoy se empeñan en pensar que las matemáticas son más importantes que la literatura y las ciencias sociales?…

Es increíble, pero pasa siempre: invitan a los papás a una conferencia en el colegio para hablar sobre cómo apoyar las matemáticas en casa, dar estrategias y proporcionar páginas web que ayudan como tutores en casa y llegan más de los confirmados; el auditorio queda a reventar. 

Cuando la misma invitación viene del área de lenguaje para proponer apoyos de lectura y literatura desde la familia; llegan “tres gatos” y los profesores terminan quitando sillas del auditorio para que los asistentes no se sientan tan abandonados. ¿Por qué muchos padres priorizan las matemáticas sobre el resto de exigencias académicas y resultados  de sus hijos?

No pretendo negar la importancia de los números y de las ecuaciones, son necesarios e importantes. Sin embargo, la inteligencia y la capacidad de los niños no se pueden medir únicamente por sus logros en esta área y aquel que sobresale en esa materia no es superior a los demás.

En principio, la educación busca seres integrales que disfruten con un ejercicio de matemáticas, comprendan un texto de ciencias o sociales, que se conmuevan con un poema, pero que más que cualquier otra cosa, que sean personas rectas, felices y empáticas con los demás.  Pero, si pretendo abogar por las áreas de lengua.

"Los libros enseñan a los niños a ponerse en los zapatos del otro, a entender sus dificultades y tropiezos, a buscar la manera de entender a quien está del otro lado"

Los libros enseñan a los niños a ponerse en los zapatos del otro, a entender sus dificultades y tropiezos, a buscar la manera de entender a quien está del otro lado y a salir de sí mismos para entender a los demás. Los libros están ahí para dar las palabras necesarias  para describir lo que se es, lo que se quiere ser, lo que no se pudo lograr y lo que se seguirá intentando.  

Por otra parte, para entender un problema de matemáticas de la vida real se necesita comprender lo que se lee. En lo cotidiano, no nos hablan en fórmulas; al contrario, se nos dan  frases que debemos convertir en fórmulas: matemáticas y lógicas. En el restaurante no pedimos una hamburguesa normal más una lonja de queso, sino una hamburguesa con adición de queso y unas papas tamaño mediano.

En ese sitio, en ese restaurante, tenemos que saber leer esa carta de precios y entender que la adición de queso es un aumento al precio original del plato que se pide. Y, por más matemáticos que seamos, si no leemos y comprendemos la información que hay en el menú o la que nos da el comensal, no podremos responder de manera adecuada.

 

 

El fracaso de muchos niños en edades escolares en el área de matemáticas tiene que ver con su incapacidad de analizar y comprender el texto o enunciado y en la pereza para leerlo. Porque ante cualquier texto, es necesario analizar las palabras, saber entender cuáles de ellas son más importantes que otras en el contexto, qué significan y… leer hasta el final de la frase.

Generalmente los padres en casa fomentan las matemáticas y las ciencias exactas; ayudan a los hijos a hacer esas tareas y proyectos. En ocasiones hasta se toman el tiempo de revisar y corregir cada uno de los problemas. Pero esos mismos padres casi nunca leen los libros que sus hijos deben leer, rara vez les preguntan de qué tratan y aún menos indagan sobre su opinión, sobre cómo resolvieron el problema o si están de acuerdo con lo que les contaron.

Para eso no hay tiempo.  Y con ese vacío también se transmite un mensaje acerca de la relatividad de la literatura: no es tan importante leer el libro como completar los 50 ejercicios que mandó el profe de matemáticas. Los ejercicios de matemáticas hay que hacerlos, los resúmenes de los libros se consiguen en internet.

 

 

Contrario a todo lo anterior, en los libros sí están vivas las matemáticas. Puedo pedirle a mi hijo que me diga cuántas páginas tiene el libro, cuál hoja corresponde a la mitad del libro, solicitarle que me diga cuántas páginas leímos si empezamos en el número tal y llegamos a la tal.

Puedo proponerle que me diga cuál de todos los animales del libro es el más alto o el más bajo, cuántos días tardaron en llegar de allá para acá, cuántos personajes femeninos o masculinos había en el libro, que me repita la secuencia de animales o personajes que aparecieron, que me cuente las estrellas en la hoja o que simplemente me diga si en la receta que estamos preparando juntos hay que poner más agua que azúcar o harina y cuántas cucharitas caben en una cucharada de sal. 

 


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