Leer: una receta mágica
Conoce los ingredientes secretos para que la lectura sea un hábito familiar que se disfruta y saborea…
–Mami léeme otro cuento, por favor.
–¿Otro? ¡Ya llevamos dos!
–Quiero otro, léeme este.
–Pero, ¡si ese ya te lo sabes de memoria!
–No importa, léelo otra vez.
Este pequeño diálogo se repite en muchísimas casas todas las noches. Puesto que leer se ha convertido en un hábito familiar impulsado por consejos de expertos, padres y hasta abuelos que aseguran que leer en familia produce hijos lectores. Una receta mágica que bien puede ser válida, pero que también necesita de otros ingredientes en el caldero para que sea efectiva.
La primera substancia que debemos agregar a esa poción mágica es la razón o intención para leer. Muchos padres recurren a la literatura como un apaciguador o un pacificador.
En muchos hogares existe la rutina de leer antes de dormir y muchos niños se acostumbran a dormir arrullados por un libro. Ellos se pueden convertir más adelante en aquellos adultos que tan solo con pensar en un libro, ya están cabeceando.
Para ellos leer se ha convertido en una rutina obligada, dejando la magia y el misticismo de las palabras impresas
Existen también los hogares en los cuales se lee a las 8 PM “llueve, truene o relampaguee” sin importar si para ello hay ánimo y disposición. Para ellos leer se ha convertido en una rutina obligada, dejando la magia y el misticismo de las palabras impresas en un segundo plano.
En muy pocas familias, leer es una disculpa para pasar tiempo. Para disfrutar de la compañía del otro, para conocerse, para conversar, gozar, reír y llorar juntos. En estos hogares, leer tiene un valor adicional. Asegura un tiempo real, sincero, lleno de amor y de dedicación absoluta. Este es el otro ingrediente de la poción mágica, se llama deseo y tiempo preciso.
Nuestro siguiente elemento en la olla se llama el momento ideal para la lectura. Como ya lo dijimos, para algunos este puede ser la hora exacta antes de descansar, cuando se alternan momento de paz y reposo con otros de estrés y cansancio.
También sucede, en otros casos, que el momento es alrededor de la mesa, como una tarea más que todos tienen producto de su vida diaria. En países con un sistema de transporte adecuado y una plana pavimentación de calles, se aprovechan esos momentos para sumergirse en un buen libro.
Pero, en la mayoría de los casos, es mientras se cambia el pañal del más pequeño. Mientras se cocina, durante el tiempo de la novela, con el celular y el teléfono al lado y/o pendiente del mensaje de la oficina que “debe llegar en cualquier momentito”.
Aunque toda oportunidad es buena, cada familia debe fijar sus mejores momentos. Pero lo esencial es que ese sea para compartir y no permitirle a nada ni nadie interrumpir ese placer.
El “mientras tanto” se convierte en el próximo ingrediente dentro de la olla. Mientras se lee, se puede ser escuelero: corregir dicción, insistir en la puntación, enfatizar en la “lectura oral”, para que los niños sepan leer muy bien ante otros.
Sí ese es el “mientras tanto”, seguramente hay regaños, caras fruncidas y muy poco placer por leer. Mientras se lee se puede ser inquisidor y estar pendiente de la más mínima comprensión: “¿pero, qué entendiste en este párrafo?”, “¿dónde dice eso?”, “pero, ¿por qué no entiendes?”. Si ese es el mientras tanto, seguramente el ambiente es de examen y de intentar adivinar la respuesta correcta (o la respuesta del adulto).
Mientras se lee se puede guardar silencio, ver pasar las hojas con la misma lentitud o rapidez que los minutos del reloj. De esta manera, seguramente se siente más obligación que placer.
Mientras se lee, se pueden escudriñar los valores en el cuento, recalcar lo bueno y lo malo y sacar lecciones de vida de las acciones de los personajes. Si es así, la lectura se convierte en un objeto utilitario.
También se puede conversar mientras se lee. Compartir impresiones, comentar lo sucedido, aprovechar para conectar con experiencias propias o de otros. Anticipar acciones y proponer soluciones. Con este último “mientras”, se abren portales de comunicación, auto reflexión y estrechos vínculos de afecto. En esencia, mientras se lee no se juzga, no se evalúa, ni se corrige. Al contrario, se comparte, conversa y divierte.
Entonces, si queremos que la poción funcione, a ese caldero de la lectura tenemos que ponerle otros componentes. Hay que medir con exactitud el deseo, la razón, el tiempo y la intención antes de empezar.
Saber combinar las cantidades precisas de cada cual. Y mientras se revuelve con lentitud y paciencia, saboreando los olores y las esencias que hierven en la poción, se degustan las palabras impresas. La magia funcionará, quizás, si se juntan los ingredientes en el tiempo, momento y lugar preciso.
*Artículo publicado en Merakiu
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